Marlene y el extraño


Sueño con abrazarte. Con tu pecho desnudo y cálido. Con tus dedos peinándome despacio, haciéndome dormir, olvidar, descansar… Me gusta cerrar los ojos y sentirte conmigo. La respiración acompasada, el silencio de la noche, las guerras tan lejos…
No sé cuando te volveré a ver. Todos los días espero que vuelvas, tu sonrisa en la puerta… adivinando que dibujarás una igual en mi rostro. Extenderé los brazos y te dejarás embestir por mis ganas de abrazarte. Me retendrás en tus brazos, porque sé que te alivia el alma volverme a ver. Volver a ver a tu rosa tan frágil, tenerla entre tus brazos y sentir que nadie nos ha separado.

Es una aventura también para mí. Me subo al tren y  mientras miro como corren las imágenes por la ventana, te 
imagino corriendo empapado, embarrado, desesperado y hambriento… Defendiendo tus ideas, preguntándote si vale la pena.
Y luego vuelves.


A veces tienes que lamer mis heridas, porque sin ti no puedo, soy tan débil por momentos…
La gente es cruel,  a veces quiero no creerlo y siempre salgo así, atropellada. Quizás soy demasiado intensa, abstracta… Pero sin embargo tú me entiendes. ¿Y por qué sólo tú?

No me respondes. Miras con amargura mis heridas, y me abrazas. “En qué pensarás”, pienso, aunque me es fácil adivinar. Pero sé que pronto lo olvidas. Sabes que soy pequeña y que no debes interrumpir mi experiencia. Sé que te duele por momentos, pero depende sólo de mí. 

Por las mañanas adoro ver cómo los rayos del sol recaen suavemente sobre tu armónico rostro. Abres tus brillantes ojos y sonríes ante la vida. Sonríes porque has despertado y ambos estamos allí. Yo sonrío también. Sonrío porque estás conmigo, y me siento más protegida cuando puedo escuchar tu respiración.

Por eso quiero que vuelvas. Porque a veces tengo miedo… Temo oscurecer mi alma y volverme vulgar. Necesito tu paz, tu presencia intergaláctica, tus ojos que nunca dejan de brillar.

Trato de llevar una vida normal, y de cuidarme, sólo para que no sufras. Me pesa mi humanidad… Algún día espero ser tan libre como tú. Y surcar el cielo con alas como las tuyas. Tener esa paz tan deliciosa que repartes por el universo…

Aunque me lo niegues, para mí eres lo más parecido a lo que los humanos llaman ángel. Yo diría que eres como un niño viajero, un niño de las estrellas.  Te gustan las galletitas de canela y te ríes como los recién nacidos, los cachorros humanos…
Me gusta que me hagas reír y que me hagas cosquillas. Que me cuentes cuentos de otros planetas, o me confíes secretos del universo. O simplemente que me mires con esos ojos tan pacíficos… Y también cuando cantas canciones que adoras, con los ojos cerrados, tamborileando al ritmo con tus dedos sobre tu rodilla.
Y cuando se acerca la noche, salir a atrapar luciérnagas, bailar en la oscuridad y recitarle versos a la luna. Dormirme mirando tus ojos que me cuidan y sentir tu mano acariciando mi cabeza.

Trato de no notar el momento en que te vas. Trato de no pensar en que te irás y despertaré sin tus ojos brillantes que miran, profundos, dentro de los míos.
Trato de creer que es un sueño.

Viaje al origen IV

  Todo hablaba de algo. La naturaleza, o más bien el universo entero me susurraban consejos y alientos, cada cosa en su idioma, cada uno como podía, intentaba decirme algo que no significaba nada en palabras. Transmitían un mensaje en común; era la sensación de bienvenida.

 Todo parecía alabarse a mi costado cuando pasaba. Era yo, como parte de un legado real secreto. Yo, protegida por millones de espíritus animales, vegetales, incluso por los objetos inanimados, todos participaban de aquel traslado confidencial de la niña perdida de vuelta a su hogar.

“Confía, tú también eres parte de nosotros”, escuchaba que hablaban en mi corazón. Estaba ansiosa por llegar, a pesar de que lo estaba haciendo. No supe nada de nadie en esos días. Estaba a solas con la Naturaleza, con aquel mundo exterior que muy poco apreciaba. Y a pesar de eso, me trataba igual de bien.
Todo tenía un encanto especial. Veía poesía en todos lados; en los montes, en los valles, en los ríos, en los cactus, en los pinos, en las rocas, en el cielo, en las nubes, en la ruta, en el pasto, en los grillos, en las personas…
El suave ruido de las llantas contra el asfalto me arrullaba y sentía realmente que estaba volviendo. Estaba por descubrir un secreto. Quizás estaba por descubrirme.

¿Por qué me sentía tan bien en aquel lugar? No necesitaba nada más. Yo, mi música y aquel lugar. Todo lo demás no me era imprescindible. Todo lo demás ya no importaba. La mochila se hacía más liviana, o yo me había hecho más fuerte. Aquel dolor que sufrí alguna vez era una simple imagen en mi memoria, ya no dolía. No había rencor. Pero no era felicidad lo que embargaba mi alma. Era orgullo. Sentía que estaba logrando avanzar. Estaba orgullosa y sonreía porque en mi cabeza la imagen de aquel muchacho  también sonreía. Aquellos ojos verdes me emocionaban. Habían hecho tanto por mí…

Líber me tomó la mano. Me miró feliz, y creo que también estaba emocionada. Luego miró al cielo. Allí también había alguien que sonreía.


El viaje era lento, pero necesario. Se debía utilizar  bastante tiempo para observar con detenimiento aquella belleza singular. Aquella perfección. Perfecta y natural. La mano del hombre no podría igualar tal maravilla. A pesar de que muchos lo han intentado, a pesar de los grandes artistas que han danzado por este planeta, a pesar de los grandes filósofos que han revolucionado al mundo, todos han observado al cielo descubriendo aquella maravilla sobrehumana, sabiendo que no sirve competir con aquella divinidad eterna. No produce envidia, sino admiración.

Y yo iba admirando todo a mi alrededor. La cordillera, la ruta más extensa, a cada vuelta otra imagen para pegar en un muro imaginario de mi cabeza. Quería compartirlo con aquel niño que ama las estrellas; estaba segura que le hubiera gustado mucho.

 Había muchas poesías y pensamientos en mi cabeza. Había descubierto nuevas cosas, pero aquello no era tan fácil de describir; se sentía adentro, como si una flor se abriera dentro del pecho y el aroma perfumara mi interior. Y mi cuerpo ya no me quedaba tan grande. Aquel perfume flotaba en mi vientre, cálido, y me había hecho más perceptible a aquellos mensajes que antes no lograba ver.


Faltaba poco para llegar. Mi orgullo, como un águila, abría las alas sobre mi pecho. Sentía que me hacía más grande. Estaba en territorio de la gran civilización antigua. Mucho tiempo antes, habían caminado por aquí personas importantes, mensajeros de los emperadores, campesinos, algún miembro de la nobleza. En realidad no notaba mucho la diferencia; para mí todos ellos habían sido nobles e importantes.

Y a la noche las estrellas eran más brillantes. El cielo tan negro como el cabello que muchos teníamos allí. La oscuridad como un manto sobre las montañas. A pesar de no verlas claramente, podía sentir la imponencia de aquellas esculturas naturales que rozaban las nubes.

Era de noche y ya estábamos allí. Sentía aquel lugar como un nido. Todos dormían, pero poco a poco se fueron enterando. No, no lo sabía, simplemente lo presentía.
Ha vuelto” soñé. ‹‹El palacio está preparado para recibir su llegada››. Dormía, sintiendo las miradas sobre mí. Dormía, y no eran miradas, porque no había nadie.

Dormía, y varias personas pensaban en mí.

Viaje al origen III

“Es hoy”, escuché en la oscuridad de mi cabeza. Abrí los ojos. El techo aún seguía allí. El sol recién estaba naciendo y la noche todavía se paseaba por mi habitación. No escuchaba nada; probablemente seguían durmiendo. Mamá seguramente se habría acostado hace un par de horas.
Pero yo estaba despierta. La agitación me había despertado. Incluso creo que no estaba durmiendo del todo. Tenía miedo, pero a la vez ansiedad. Yo sabía que el viaje cambiaría muchas cosas. Pero no sabía qué.

Mi pared. Repasé por última vez aquel muro. Me sentía orgullosa de aquel collage de imágenes, palabras, personas, movimientos, sentimientos, saberes, amigos… Si me preguntaran quien era yo, contestaría “Eso”. Pero aún faltaban cosas, sobre todo de mí.

Le eché un vistazo lo más nítido posible; intentaba guardar aquellas cosas en mi memoria, para tenerlas presentes durante el viaje. El viaje… Sentía que todo cambiaría después de ello. Tenía miedo de olvidar todo lo que he vivido. Porque parecía que todo comenzaría de nuevo.

Ya faltaba poco para que algún reloj indicase la hora de despertar. Yo seguía mirando al techo, imaginando todo lo que vería después. Tenía una imagen de ese momento; era como abrir una puerta, como dar vuelta la página y ésta lentamente iba descubriendo lo que seguía después.
¿Cuando se vería del todo la otra carilla?  Quizás este momento eran las dos últimas líneas de la página.  Dar vuelta la página. El viaje era eso. El proceso de mover la página, dejando atrás lo anterior para descubrir lo que viene. Para seguir la historia. Para no quedarse con la intriga.

Estábamos viajando a la parte siguiente. Una nueva página. Algo nuevo estaba por venir.

El último día

Estaba sentada con la mirada perdida. En el rincón, como ausente, miraba sin mirar como todo pasaba de largo por la ventana. Nada se detenía, todo se iba y uno podía solo apreciarlo unos instantes. Nada era eterno, todo desaparecía al final de la ventana.

En el rincón, golpeaba con furia todo a su alrededor y lloraba a gritos y se golpeaba la cabeza, se arañaba las mejillas, se tiraba del cabello y los ojos chorreaban lagrimas y la garganta lanzaba gritos, lamentos, sollozos. Pero nadie veía eso, porque todo sucedía en su interior. Ella estaba adentro. Sus ojos hacia adentro, parecía una muñeca tétrica, tan frágil… Ella sabía que no lo soportaría demasiado, que en cualquier momento podía estallar en reales lágrimas y se mordería el labio y miraría hacia arriba para evitar derramar aquella tristeza.

Lo fingía pero era notorio. Tenía esa peculiaridad de decirlo todo con los ojos. Entonces, volteó la cabeza a la ventana. Escuchaba muy lejanas las voces de sus amigos que hablaban de cosas divertidas, aunque a ella nada le hacía gracia.

No podía pensar en otra cosa. “Pronto” dijo. ¿Y qué es pronto? ¿Cuándo es pronto? ¿Qué entendía por pronto? No, definitivamente él no entendía nada. Albergaba ella una esperanza, pero se dio cuenta de que estaba equivocada. No había nada de especial en aquello. Ella no era especial, ¿qué le había hecho pensar que sí? No se esforzó demasiado; en el fondo ella también lo sabía.

La noche se cernía sobre la ciudad y esperaba impaciente, la despedida. Pero aún antes ella ya no tenía ganas de nada. A fin de cuentas… ¿cuánto tiempo le quedaba? Todo había pasado tan rápido, nada quedó en el tiempo. Se equivocó y lo supo desde el principio. Ellos eran sólo amigos. Todos lo entendían así. Nada cambiaría por más que ella se enamorara. Nada debía cambiar, casi lo olvidaba. Envenenada de amor, a veces no se daba cuenta lo que hacía. A veces creyó que él sí, pero no. Él no se daba una idea de nada.

O no era claro. Y esa era la duda de ella. Eso era lo que le carcomía el cerebro, lo que la ponía a calcular el porcentaje de posibilidades, la cantidad de pruebas, analizar cada movimiento, cada gesto, cada reacción, cada palabra. ¡Era horrible! La cabeza a punto de estallar. Sumado a eso tenía un corazón desangrándose. Luchando contra la decisión de su firme dueña. Porque ella tenía una ilusión corazonada, tenía esa sensación que produce el amor, de ser correspondida. De que sí, de romper con ese lazo de simple amistad.

Y así habían pasado noches, una lucha interna de emociones, una batalla feroz. Porque era horrible. El corazón chillaba cuando no se le seguía a la par. Y ella estaba triste por él y por ella. Le dolía, pero…“Lo que te haga feliz”. Ella lo miraba y enseguida comenzaba amarlo. Entonces, rehuía de encontrarse con sus ojos, porque aquel sentimiento muchas veces la empujaba con furia.

Eran amigos. Era lo último que le quedaba. No podía dejar que un sentimiento tan altanero y poderoso, interfiera en aquella relación.

Se obligó a negar las posibilidades. No, no iba en busca de nada. Aquel era el último día y transcurrió como cualquier otro. No se esforzó demasiado. Esperaba que él lo hiciera aunque no estaba segura de que pasase. Y en efecto, nada sucedió.

Nada hasta el último momento. Ella no lo abrazó. Se dejó abrazar, e intentando no llorar bajó la vista. Él susurró “pronto”, mientras acariciaba su cabello. “Pronto”. No quiso entender nada. Subió al colectivo toda marchita, como desprendiéndose de la vida. “No, te equivocas. No hay un pronto. Desde hoy es nunca.” Se lo decía con la actitud, sin intenciones de que lo entendiese. Luego comenzó a darle pena, pero ya estaba todo hecho.

Miró por la ventana. Él ya había emprendido su marcha. Se sintió tonta: Por un momento pensó que no la dejaría de mirar hasta que resultase imposible. Ella lo hubiera hecho.

Todo se iba rápido por la ventana, nada estaba allí por siempre. Comenzó a sentir la quemazón de la amargura y la tristeza sobre su garganta. “Pronto”. Gritaba y lloraba. ¡¿Qué es pronto?! Estaba ahogada en cólera ante la desesperación de no encontrar un significado razonable. Se debatía ante la decisión de buscarle un sentido o hacer nada. Porque, ¿De qué valía intentar entender algo? No; ella debía hacer nada. Nada. Hoy fue el último día. Hoy llora mares. Mañana todo habrá muerto y él se dará cuenta tarde.

Sentada en el rincón, sintiendo esa batalla atroz sobre el cuerpo, intenta dormirse, o algo que no le haga pensar, volverse inconsciente, olvidar por un largo rato todo. Olvidar que ya está todo hecho. Que no hay próxima vez. Que era la última. Nunca más.

The hardest part

Dedicada a Louis, el que me inspiró esta historia.

Tomó el último bus y partió. Sentía el tiempo correr tras ella, como si intentase detenerla y que volteara hacia atrás. Quizás también esperaba que él se enterase a tiempo y la atajara del brazo para llevarla al interior de sus brazos. Pero no pasaría. ¿Cuándo leería aquello? Probablemente ella ya estaría muy lejos, partiendo para no volver.

Todos los movimientos eran rápidos; había que huir de aquel impulso de gritárselo todo en la cara y llorar, maldecir y que tuviese un recuerdo extraño.

Y lo quería tanto… Jamás imaginó que ocurriese, y tampoco cree que él haya pensado alguna vez en la idea. Nunca habían hablado de eso, de ellos. Pero sí había algo entre ellos.

¿Había algo?¿Y si él nunca lo vió así?

Aquel día que descubrió que lo amaba, algo se quebró allí dentro. Con espanto iba descubriendo aquella dolorosa certeza: La amistad estaba rota. Ya nada podía hacer, no había vuelta atrás. ¿Por qué tenía que pasar? Ella sabe que no debe. Lo quiere y como lo quiere no quiere hacerle daño, no quiere amarlo. El amor aniquilaba aquella bella amistad…

Tiene que ser sincera; ya nada sería igual. Él tiene que saberlo, merece saber por qué no se verán nunca más, nunca como antes.

Entonces escribe con pesar y dolor que debe alejarse, que el amor la invadió, que no puede quererlo a su antojo. Como amiga sincera, le confesó que lo amaba y que no quiere lastimarlo. Que lo siente, que lamenta haber arruinado lo que tenían. El amor destruye aquella barrera invisible que protege el lazo amistoso. Ella no sabe amar, no sabe cómo, no le es fácil. No ama de manera convencional. El amor es como un veneno que la convierte en obsesiva, en una adicta. No lo puede manejar. No puede dejar que pase. Porque, por ejemplo, puede amar a más de uno, de aquella manera. Porque, por ejemplo es tan intensa… Que con una mirada ama y un roce basta para el éxtasis. Nadie puede comprender ese lenguaje tan siniestro.

Ella, una persona que ama con cada célula de su ser y aquel poder de amor es tan ilimitado…Hasta sería letal.

No, el corazón puede arrojarse al vértigo, arriesgarse, pero ella no. No lo permitiría. Como amiga lo quiere, lo quiere entero y tal como es. Como amante, se entrega al abismo de no saber, de sólo amar, de pertenecerse como mujer y como hombre, como dos seres indivisibles. Pero entonces sería otra, sería aquella mujer tan intensa, tan amante, tan ilusa…

No puede prometer amor eterno, porque no tiene decisión sobre sus sentidos; en la siguiente mañana podría estar amando a alguien más. Pensarlo ya era complicado.

Y ella que lo quería tanto… aunque se retorciera el corazón, sabía que no podría, no podría soportar la culpa si dañaba aquella persona tan especial que un día con alegría y sin darse cuenta comenzó a llamar amigo. Y recuerda entonces con ternura y melancolía que siempre pudo contar con él, que él tenía el poder de transformar un día horrible en uno inolvidable. Aquel amigo que le compartió lo más interesante que en el mundo encontraba, aquellas cosas que uno siempre comparte con entusiasmo con personas que interesante o no, te escucharán, como nueva música, nuevas ideas, arte, nuevas formas de amar, etc.

Aquel que le cambió la vida, que siempre tenía una historia loca para contar, o lo que fuere, lo más lindo de eso era simplemente escuchar su dulce voz, mirar sus gestos y pensar que nadie en el mundo podría reemplazarlo en el mundo. No, no habría otro como él. Por eso lo quería, porque era especial y único.

Y por eso jamás le haría daño.

Empacaba sus cosas con melancolía casi como que no quería irse. Las lágrimas habían corrido tantas noches. La duda, la distancia, el miedo quizás… Todo la perturbaba.

Ya estaba todo escrito, un sobre dentro de un regalo viajaba rumbo a confesar un sentimiento involuntario.

“No lo abras ahora”

Ya estaba todo dicho. Se despidió, aunque él no lo supo, lo abrazó lo más que pudo y un beso en la comisura de aquella boca le hizo notar como su cuerpo también comenzaba a asimilar aquel sentimiento que le dolía tener.

Lo miró sabiendo que aquella amistad ya moría, hecha cenizas por su culpa, rota por un amor incorrecto.

Le dolía pero así era y nada podía hacer para dejar de sentir amor por ese amigo tan infaltable, tan especial… Sabe que lo va a extrañar y mucho más ahora, pero prefiere morirse de amor que lastimar a ese niño tan simpático que le enseñó trucos de magia y un día, cuando reapareció en su vida tan alto y tan gracioso, volvieron a ser amigos y compartieron risas, música y cosas locas. Que no supo cómo, pero en el fondo, sintió que desde siempre le caía bien. Que nunca imaginó que fueran tan amigos. Y mucho menos que se enamoraría de él.