El último día

Estaba sentada con la mirada perdida. En el rincón, como ausente, miraba sin mirar como todo pasaba de largo por la ventana. Nada se detenía, todo se iba y uno podía solo apreciarlo unos instantes. Nada era eterno, todo desaparecía al final de la ventana.

En el rincón, golpeaba con furia todo a su alrededor y lloraba a gritos y se golpeaba la cabeza, se arañaba las mejillas, se tiraba del cabello y los ojos chorreaban lagrimas y la garganta lanzaba gritos, lamentos, sollozos. Pero nadie veía eso, porque todo sucedía en su interior. Ella estaba adentro. Sus ojos hacia adentro, parecía una muñeca tétrica, tan frágil… Ella sabía que no lo soportaría demasiado, que en cualquier momento podía estallar en reales lágrimas y se mordería el labio y miraría hacia arriba para evitar derramar aquella tristeza.

Lo fingía pero era notorio. Tenía esa peculiaridad de decirlo todo con los ojos. Entonces, volteó la cabeza a la ventana. Escuchaba muy lejanas las voces de sus amigos que hablaban de cosas divertidas, aunque a ella nada le hacía gracia.

No podía pensar en otra cosa. “Pronto” dijo. ¿Y qué es pronto? ¿Cuándo es pronto? ¿Qué entendía por pronto? No, definitivamente él no entendía nada. Albergaba ella una esperanza, pero se dio cuenta de que estaba equivocada. No había nada de especial en aquello. Ella no era especial, ¿qué le había hecho pensar que sí? No se esforzó demasiado; en el fondo ella también lo sabía.

La noche se cernía sobre la ciudad y esperaba impaciente, la despedida. Pero aún antes ella ya no tenía ganas de nada. A fin de cuentas… ¿cuánto tiempo le quedaba? Todo había pasado tan rápido, nada quedó en el tiempo. Se equivocó y lo supo desde el principio. Ellos eran sólo amigos. Todos lo entendían así. Nada cambiaría por más que ella se enamorara. Nada debía cambiar, casi lo olvidaba. Envenenada de amor, a veces no se daba cuenta lo que hacía. A veces creyó que él sí, pero no. Él no se daba una idea de nada.

O no era claro. Y esa era la duda de ella. Eso era lo que le carcomía el cerebro, lo que la ponía a calcular el porcentaje de posibilidades, la cantidad de pruebas, analizar cada movimiento, cada gesto, cada reacción, cada palabra. ¡Era horrible! La cabeza a punto de estallar. Sumado a eso tenía un corazón desangrándose. Luchando contra la decisión de su firme dueña. Porque ella tenía una ilusión corazonada, tenía esa sensación que produce el amor, de ser correspondida. De que sí, de romper con ese lazo de simple amistad.

Y así habían pasado noches, una lucha interna de emociones, una batalla feroz. Porque era horrible. El corazón chillaba cuando no se le seguía a la par. Y ella estaba triste por él y por ella. Le dolía, pero…“Lo que te haga feliz”. Ella lo miraba y enseguida comenzaba amarlo. Entonces, rehuía de encontrarse con sus ojos, porque aquel sentimiento muchas veces la empujaba con furia.

Eran amigos. Era lo último que le quedaba. No podía dejar que un sentimiento tan altanero y poderoso, interfiera en aquella relación.

Se obligó a negar las posibilidades. No, no iba en busca de nada. Aquel era el último día y transcurrió como cualquier otro. No se esforzó demasiado. Esperaba que él lo hiciera aunque no estaba segura de que pasase. Y en efecto, nada sucedió.

Nada hasta el último momento. Ella no lo abrazó. Se dejó abrazar, e intentando no llorar bajó la vista. Él susurró “pronto”, mientras acariciaba su cabello. “Pronto”. No quiso entender nada. Subió al colectivo toda marchita, como desprendiéndose de la vida. “No, te equivocas. No hay un pronto. Desde hoy es nunca.” Se lo decía con la actitud, sin intenciones de que lo entendiese. Luego comenzó a darle pena, pero ya estaba todo hecho.

Miró por la ventana. Él ya había emprendido su marcha. Se sintió tonta: Por un momento pensó que no la dejaría de mirar hasta que resultase imposible. Ella lo hubiera hecho.

Todo se iba rápido por la ventana, nada estaba allí por siempre. Comenzó a sentir la quemazón de la amargura y la tristeza sobre su garganta. “Pronto”. Gritaba y lloraba. ¡¿Qué es pronto?! Estaba ahogada en cólera ante la desesperación de no encontrar un significado razonable. Se debatía ante la decisión de buscarle un sentido o hacer nada. Porque, ¿De qué valía intentar entender algo? No; ella debía hacer nada. Nada. Hoy fue el último día. Hoy llora mares. Mañana todo habrá muerto y él se dará cuenta tarde.

Sentada en el rincón, sintiendo esa batalla atroz sobre el cuerpo, intenta dormirse, o algo que no le haga pensar, volverse inconsciente, olvidar por un largo rato todo. Olvidar que ya está todo hecho. Que no hay próxima vez. Que era la última. Nunca más.

The hardest part

Dedicada a Louis, el que me inspiró esta historia.

Tomó el último bus y partió. Sentía el tiempo correr tras ella, como si intentase detenerla y que volteara hacia atrás. Quizás también esperaba que él se enterase a tiempo y la atajara del brazo para llevarla al interior de sus brazos. Pero no pasaría. ¿Cuándo leería aquello? Probablemente ella ya estaría muy lejos, partiendo para no volver.

Todos los movimientos eran rápidos; había que huir de aquel impulso de gritárselo todo en la cara y llorar, maldecir y que tuviese un recuerdo extraño.

Y lo quería tanto… Jamás imaginó que ocurriese, y tampoco cree que él haya pensado alguna vez en la idea. Nunca habían hablado de eso, de ellos. Pero sí había algo entre ellos.

¿Había algo?¿Y si él nunca lo vió así?

Aquel día que descubrió que lo amaba, algo se quebró allí dentro. Con espanto iba descubriendo aquella dolorosa certeza: La amistad estaba rota. Ya nada podía hacer, no había vuelta atrás. ¿Por qué tenía que pasar? Ella sabe que no debe. Lo quiere y como lo quiere no quiere hacerle daño, no quiere amarlo. El amor aniquilaba aquella bella amistad…

Tiene que ser sincera; ya nada sería igual. Él tiene que saberlo, merece saber por qué no se verán nunca más, nunca como antes.

Entonces escribe con pesar y dolor que debe alejarse, que el amor la invadió, que no puede quererlo a su antojo. Como amiga sincera, le confesó que lo amaba y que no quiere lastimarlo. Que lo siente, que lamenta haber arruinado lo que tenían. El amor destruye aquella barrera invisible que protege el lazo amistoso. Ella no sabe amar, no sabe cómo, no le es fácil. No ama de manera convencional. El amor es como un veneno que la convierte en obsesiva, en una adicta. No lo puede manejar. No puede dejar que pase. Porque, por ejemplo, puede amar a más de uno, de aquella manera. Porque, por ejemplo es tan intensa… Que con una mirada ama y un roce basta para el éxtasis. Nadie puede comprender ese lenguaje tan siniestro.

Ella, una persona que ama con cada célula de su ser y aquel poder de amor es tan ilimitado…Hasta sería letal.

No, el corazón puede arrojarse al vértigo, arriesgarse, pero ella no. No lo permitiría. Como amiga lo quiere, lo quiere entero y tal como es. Como amante, se entrega al abismo de no saber, de sólo amar, de pertenecerse como mujer y como hombre, como dos seres indivisibles. Pero entonces sería otra, sería aquella mujer tan intensa, tan amante, tan ilusa…

No puede prometer amor eterno, porque no tiene decisión sobre sus sentidos; en la siguiente mañana podría estar amando a alguien más. Pensarlo ya era complicado.

Y ella que lo quería tanto… aunque se retorciera el corazón, sabía que no podría, no podría soportar la culpa si dañaba aquella persona tan especial que un día con alegría y sin darse cuenta comenzó a llamar amigo. Y recuerda entonces con ternura y melancolía que siempre pudo contar con él, que él tenía el poder de transformar un día horrible en uno inolvidable. Aquel amigo que le compartió lo más interesante que en el mundo encontraba, aquellas cosas que uno siempre comparte con entusiasmo con personas que interesante o no, te escucharán, como nueva música, nuevas ideas, arte, nuevas formas de amar, etc.

Aquel que le cambió la vida, que siempre tenía una historia loca para contar, o lo que fuere, lo más lindo de eso era simplemente escuchar su dulce voz, mirar sus gestos y pensar que nadie en el mundo podría reemplazarlo en el mundo. No, no habría otro como él. Por eso lo quería, porque era especial y único.

Y por eso jamás le haría daño.

Empacaba sus cosas con melancolía casi como que no quería irse. Las lágrimas habían corrido tantas noches. La duda, la distancia, el miedo quizás… Todo la perturbaba.

Ya estaba todo escrito, un sobre dentro de un regalo viajaba rumbo a confesar un sentimiento involuntario.

“No lo abras ahora”

Ya estaba todo dicho. Se despidió, aunque él no lo supo, lo abrazó lo más que pudo y un beso en la comisura de aquella boca le hizo notar como su cuerpo también comenzaba a asimilar aquel sentimiento que le dolía tener.

Lo miró sabiendo que aquella amistad ya moría, hecha cenizas por su culpa, rota por un amor incorrecto.

Le dolía pero así era y nada podía hacer para dejar de sentir amor por ese amigo tan infaltable, tan especial… Sabe que lo va a extrañar y mucho más ahora, pero prefiere morirse de amor que lastimar a ese niño tan simpático que le enseñó trucos de magia y un día, cuando reapareció en su vida tan alto y tan gracioso, volvieron a ser amigos y compartieron risas, música y cosas locas. Que no supo cómo, pero en el fondo, sintió que desde siempre le caía bien. Que nunca imaginó que fueran tan amigos. Y mucho menos que se enamoraría de él.