Viaje al origen IV

  Todo hablaba de algo. La naturaleza, o más bien el universo entero me susurraban consejos y alientos, cada cosa en su idioma, cada uno como podía, intentaba decirme algo que no significaba nada en palabras. Transmitían un mensaje en común; era la sensación de bienvenida.

 Todo parecía alabarse a mi costado cuando pasaba. Era yo, como parte de un legado real secreto. Yo, protegida por millones de espíritus animales, vegetales, incluso por los objetos inanimados, todos participaban de aquel traslado confidencial de la niña perdida de vuelta a su hogar.

“Confía, tú también eres parte de nosotros”, escuchaba que hablaban en mi corazón. Estaba ansiosa por llegar, a pesar de que lo estaba haciendo. No supe nada de nadie en esos días. Estaba a solas con la Naturaleza, con aquel mundo exterior que muy poco apreciaba. Y a pesar de eso, me trataba igual de bien.
Todo tenía un encanto especial. Veía poesía en todos lados; en los montes, en los valles, en los ríos, en los cactus, en los pinos, en las rocas, en el cielo, en las nubes, en la ruta, en el pasto, en los grillos, en las personas…
El suave ruido de las llantas contra el asfalto me arrullaba y sentía realmente que estaba volviendo. Estaba por descubrir un secreto. Quizás estaba por descubrirme.

¿Por qué me sentía tan bien en aquel lugar? No necesitaba nada más. Yo, mi música y aquel lugar. Todo lo demás no me era imprescindible. Todo lo demás ya no importaba. La mochila se hacía más liviana, o yo me había hecho más fuerte. Aquel dolor que sufrí alguna vez era una simple imagen en mi memoria, ya no dolía. No había rencor. Pero no era felicidad lo que embargaba mi alma. Era orgullo. Sentía que estaba logrando avanzar. Estaba orgullosa y sonreía porque en mi cabeza la imagen de aquel muchacho  también sonreía. Aquellos ojos verdes me emocionaban. Habían hecho tanto por mí…

Líber me tomó la mano. Me miró feliz, y creo que también estaba emocionada. Luego miró al cielo. Allí también había alguien que sonreía.


El viaje era lento, pero necesario. Se debía utilizar  bastante tiempo para observar con detenimiento aquella belleza singular. Aquella perfección. Perfecta y natural. La mano del hombre no podría igualar tal maravilla. A pesar de que muchos lo han intentado, a pesar de los grandes artistas que han danzado por este planeta, a pesar de los grandes filósofos que han revolucionado al mundo, todos han observado al cielo descubriendo aquella maravilla sobrehumana, sabiendo que no sirve competir con aquella divinidad eterna. No produce envidia, sino admiración.

Y yo iba admirando todo a mi alrededor. La cordillera, la ruta más extensa, a cada vuelta otra imagen para pegar en un muro imaginario de mi cabeza. Quería compartirlo con aquel niño que ama las estrellas; estaba segura que le hubiera gustado mucho.

 Había muchas poesías y pensamientos en mi cabeza. Había descubierto nuevas cosas, pero aquello no era tan fácil de describir; se sentía adentro, como si una flor se abriera dentro del pecho y el aroma perfumara mi interior. Y mi cuerpo ya no me quedaba tan grande. Aquel perfume flotaba en mi vientre, cálido, y me había hecho más perceptible a aquellos mensajes que antes no lograba ver.


Faltaba poco para llegar. Mi orgullo, como un águila, abría las alas sobre mi pecho. Sentía que me hacía más grande. Estaba en territorio de la gran civilización antigua. Mucho tiempo antes, habían caminado por aquí personas importantes, mensajeros de los emperadores, campesinos, algún miembro de la nobleza. En realidad no notaba mucho la diferencia; para mí todos ellos habían sido nobles e importantes.

Y a la noche las estrellas eran más brillantes. El cielo tan negro como el cabello que muchos teníamos allí. La oscuridad como un manto sobre las montañas. A pesar de no verlas claramente, podía sentir la imponencia de aquellas esculturas naturales que rozaban las nubes.

Era de noche y ya estábamos allí. Sentía aquel lugar como un nido. Todos dormían, pero poco a poco se fueron enterando. No, no lo sabía, simplemente lo presentía.
Ha vuelto” soñé. ‹‹El palacio está preparado para recibir su llegada››. Dormía, sintiendo las miradas sobre mí. Dormía, y no eran miradas, porque no había nadie.

Dormía, y varias personas pensaban en mí.